domingo, 21 de diciembre de 2008

Ciudad violenta, ciudad dormida

Geoffroy De Boismenu

Salió a la calle con su bufanda azul eléctrico. Yo la vi desde mi ventana en un acto voyeur que me permití aquel martes. Subió al coche negro mate y metida en él, se zambulló en la autopista. Condujo para poder ir hasta St. Louis, o así lo llamaba ella. Era un bar situado en un barrio viejo cualquiera a las afueras de la ciudad. Adoquines rotos, edificios grises y resquebrajados, algunos mendigos permanentes. Poco importa el nombre ni quién lo frecuentaba. Poco importa, salvo que allí la conocí, años atrás. Guardo esa imagen congelada en mi memoria: entró con su pelo corto y sus labios de niña santa; tenía quince años y nada más verla, enfermé de amor. Un viejo no pudo resistirse a preguntarle su nombre. Caí rendido ante su voz angelical.

No la volví a ver más hasta hace unos meses. Maldita criatura que había reaparecido en mi vida cuando menos lo necesitaba. Andaba por la veintena, pero apenas había cambiado. Su persona seguía emanando fragilidad. Sin embargo, y lo comprobaría, nada más lejos de la realidad. Fue en St. Louis donde la volví a encontrar. Se me acercó y tras un suspiro, me pidió fuego. A partir de ahí, todo empezó a ser una espiral de sexo, mentiras y odio.

- ¿Vas a darme fuerte?
- No, esta vez creo que no.
- Por favor... Me haces sentir, no importa que sea dolor, lo necesito.
- Dios, ¡estás enferma!
- Por favor, una última vez...

Me suplicaba como si la vida se le fuera en ello. La tenía de rodillas. Su rostro estaba degradado: rímel corrido, labios agrietados y algo ensangrentados, ojos vidriosos... Daba pena y aun así, seguía preciosa.

- Por favor, hazme daño... Por favor...

Le pegué un puñetazo y cayó al suelo. Desde allí y con la mirada más lasciva que nunca me había echado, se subió la falda y me susurró: Ven...

Me la tiré un par de veces y la dejé en aquella esquina.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Alambres de ágata


Gregory Crewdson


Era feo, de un color vulgar, sus plumas no brillaban. Lo observé detenidamente. Desprovisto de todo encanto, encerrado en una jaula. Me di cuenta de que era el pájaro más triste que jamás había contemplado. Nunca intentará salir de ahí. Morirá entre alambres.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Mientras muere


Peggy Washburn


Dormir bajo el agua eternamente

Rezarle al abismo mil oraciones

Colgar pétalos en el aire

Flotar en formol


Subí las cinco plantas que me separaban de la azotea y contemplé la ciudad dormida. El mar cósmico palideció conmigo.

martes, 11 de noviembre de 2008

Decadencia vertebrada


Steven Meisel


Ahí están, riéndose como hienas. A decir verdad, no sé por qué he accedido a encontrarme con ellas esta noche. Hace frío y prefiero quedarme en el sofá viendo cualquier porquería televisiva antes que aguantar esas risas punzantes que se meten por mis oídos y se clavan en mi cerebro. Las encuentro sentadas a una mesa. Miro sus pies, ataviados con zapatos de tacón de aguja. Sólo puede significar una cosa: necesitan encontrar al estafador que las hará sentirse mujeres esta noche. Sus patéticas necesidades me repugnan. No desean sentirse amadas, ni completas, ni deseadas en cuerpo y alma; tan sólo ansían no estar solas para demostrar al resto que las necesitan, que son imprescindibles.

Después de un largo rato oyéndolas hablar y hablar sobre banalidades, deciden levantarse en busca de sus encantadores príncipes.

- ¡Vamos, Irina, ven con nosotras! ¡Esta noche toca pasarla bien acompañadas!

Vuelven a lanzar sus risas de hienas y antes de que conteste, ya han desaparecido entre la multitud.

Me quedo sentada. Una melodía que no adivino y que llevo metida en la cabeza me abstrae hasta que noto que alguien, un tipo x, me está mirando. Con qué descaro lo hace. Su compañero es peor: intenta ser sutil y me recorre con tan poca elegancia que me da pena. ¿O es asco lo que siento? Cretinos. Me observáis creyéndoos dioses del Olimpo, seres divinos merecedores de todos vuestros deseos.

Cojo mi bufanda y me largo, por esta noche ya basta. Demasiada decadencia.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Fuego Ártico

Man Ray


Grábamelo a fuego y nunca menciones que fui yo quien te lo pidió.

No eran más de las cuatro de la madrugada, fuera hacía un frío invernal y ambos estábamos despiertos.

- ¿No duermes?

- No.

Esa noche me amó más que nunca, clavándose como puñales de hielo en mis entrañas. Lo recordaré hasta el fin de mis días.

Al despertar se había marchado. Para siempre.



sábado, 25 de octubre de 2008

El carmín de Ava

Lilya Corneli

Todo se ha vuelto a convertir en una cárcel. ¿Recuerdas
cuando éramos pequeñas y soñábamos con todo? ¿Y que después yo dejé de
soñar y tú seguiste empeñada en hacerlo? ¿Recuerdas? Era impresionante
nuestro mundo ficticio. Ojalá siguiera pensando que es posible. Ahora todos
los muros se han derrumbado. Ha ocurrido, tal como predije, los han derribado
vilmente, los han demolido, son polvo de polvo. Igual que tú. Sigo sin
comprender
por qué lo hiciste, por qué me abandonaste.


Ava... Te echo de menos.




Irina


Seguí pensando en Ava. Nadie entendió su suicidio, ni siquiera yo. Este fue otro acontecimiento más que se sumó hace tiempo a la lista de lo que jamás llegaría a comprender.

domingo, 19 de octubre de 2008

Disturbio mental


No había quien soportara ese egocentrismo. La mezcla de autocompasión y de fatalismo me estaba matando. ¿Quién podía aguantar lo mismo día tras día? ¿Las mismas quejas, los mismos llantos? Una actitud repugnante, pensaba para mis adentros. Sus palabras eran balas de ametralladora y la munición parecía inacabable. Alguien debía decírselo antes de que fuera demasiado tarde. Yo pensaba, mientras la tenía delante, en taparle la boca violentamente, en hacer que se callara de una vez. Necesito silencio, ¿es que no te das cuenta, maldita zorra? Mis oídos iban a reventar. Sin embargo, en lugar de hacerla callar, me excusé por enésima vez y dije que me había dejado algo pendiente. Huía de su compañía una vez más.

miércoles, 15 de octubre de 2008

No estaba en el espejo


El ladrido de un perro me devolvió al salón. Maldita sea, se me había hecho tarde de nuevo. Había despertado tirada en el sofá, me dolía la cabeza y tenía que ir a trabajar. Yo sólo quería desnudarme y meterme en la bañera, pero tuve que vestirme con la máxima rapidez y salir del apartamento. Fui directa al metro. Aprisionada por el olor a humanidad, por cuerpos sudorosos que tenía que soportar pegados al mío, me puse a pensar en mariposas, esos seres tan sumamente frágiles, tan infinitamente bellos en su mortalidad. Quién prefería ser humano y no mariposa.

Trece horas más tarde volví a estar aprisionada, esta vez por cuatro paredes que olían a mí. Pasaron dos horas más, tal vez tan sólo tres minutos; entonces la vi. Allí estaba, frente a mí, en el espejo. Fijé la vista, su mirada y la mía cruzadas. Había algo extraño, desconocido, desconcertante. Cuanto más lo pensaba, más ajena me sentía a ella. ¿Qué nos separaba? No era ella, no era yo.

sábado, 11 de octubre de 2008

Una puerta no se abre sola

Jeanloup Sieff



La sala despide un olor a naftalina insoportable. Apenas entra luz porque las ventanas son muy pequeñas. La luz artificial es inevitable aquí. Por si fuera poco, la decoración es pésima: cortinas grisáceas, un mueblecito pequeño con una pila de revistas y sillas plegables, grises también. Un sitio encantador. No sé qué hago aquí. Esperar, supongo. Vuelve a dolerme la cabeza. Tengo que conseguir hacer desaparecer estas cefaleas repentinas. Terminaré con ellas antes de que ellas lo hagan conmigo.

Acabo de recordar algo. Meto la mano en el bolsillo de mi cazadora y ahí la encuentro: una nota donde alguien escribió "Planta 4, puerta 1". Miro hacia el frente. Puerta 1, leo. Una mujer joven aparece por detrás de esta y dice mi nombre. Entro mecánicamente al oírlo sin dar paso a las preguntas estúpidas ni a las mil respuestas que las siguen, como si me hubiera convertido en un androide.

¿Quién diablos es esta mujer? Su fisonomía me es demasiado familiar. Comienzo a abstraerme y en una micra de segundo, estoy hablando.

- Es que... parecía que me siguiese arañando el alma... Como si me leyera de nuevo la mente. Como si fuera una especie de conexión infinita.
- Ya. Escucha, Irina, tengo que dejarte, me llaman los del trabajo. Mañana hablamos, ¿vale?
- Está bien. Entiendo.
- Cuídate.

Sí, claro que pensaba cuidarme. Iría directa a por alcohol y me tumbaría en el sofá a embriagarme, a mirar hacia el techo, a empacharme de mi mente, a autodestruirme con pensamientos durante un rato.