sábado, 11 de octubre de 2008

Una puerta no se abre sola

Jeanloup Sieff



La sala despide un olor a naftalina insoportable. Apenas entra luz porque las ventanas son muy pequeñas. La luz artificial es inevitable aquí. Por si fuera poco, la decoración es pésima: cortinas grisáceas, un mueblecito pequeño con una pila de revistas y sillas plegables, grises también. Un sitio encantador. No sé qué hago aquí. Esperar, supongo. Vuelve a dolerme la cabeza. Tengo que conseguir hacer desaparecer estas cefaleas repentinas. Terminaré con ellas antes de que ellas lo hagan conmigo.

Acabo de recordar algo. Meto la mano en el bolsillo de mi cazadora y ahí la encuentro: una nota donde alguien escribió "Planta 4, puerta 1". Miro hacia el frente. Puerta 1, leo. Una mujer joven aparece por detrás de esta y dice mi nombre. Entro mecánicamente al oírlo sin dar paso a las preguntas estúpidas ni a las mil respuestas que las siguen, como si me hubiera convertido en un androide.

¿Quién diablos es esta mujer? Su fisonomía me es demasiado familiar. Comienzo a abstraerme y en una micra de segundo, estoy hablando.

- Es que... parecía que me siguiese arañando el alma... Como si me leyera de nuevo la mente. Como si fuera una especie de conexión infinita.
- Ya. Escucha, Irina, tengo que dejarte, me llaman los del trabajo. Mañana hablamos, ¿vale?
- Está bien. Entiendo.
- Cuídate.

Sí, claro que pensaba cuidarme. Iría directa a por alcohol y me tumbaría en el sofá a embriagarme, a mirar hacia el techo, a empacharme de mi mente, a autodestruirme con pensamientos durante un rato.

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