miércoles, 26 de noviembre de 2008

Mientras muere


Peggy Washburn


Dormir bajo el agua eternamente

Rezarle al abismo mil oraciones

Colgar pétalos en el aire

Flotar en formol


Subí las cinco plantas que me separaban de la azotea y contemplé la ciudad dormida. El mar cósmico palideció conmigo.

martes, 11 de noviembre de 2008

Decadencia vertebrada


Steven Meisel


Ahí están, riéndose como hienas. A decir verdad, no sé por qué he accedido a encontrarme con ellas esta noche. Hace frío y prefiero quedarme en el sofá viendo cualquier porquería televisiva antes que aguantar esas risas punzantes que se meten por mis oídos y se clavan en mi cerebro. Las encuentro sentadas a una mesa. Miro sus pies, ataviados con zapatos de tacón de aguja. Sólo puede significar una cosa: necesitan encontrar al estafador que las hará sentirse mujeres esta noche. Sus patéticas necesidades me repugnan. No desean sentirse amadas, ni completas, ni deseadas en cuerpo y alma; tan sólo ansían no estar solas para demostrar al resto que las necesitan, que son imprescindibles.

Después de un largo rato oyéndolas hablar y hablar sobre banalidades, deciden levantarse en busca de sus encantadores príncipes.

- ¡Vamos, Irina, ven con nosotras! ¡Esta noche toca pasarla bien acompañadas!

Vuelven a lanzar sus risas de hienas y antes de que conteste, ya han desaparecido entre la multitud.

Me quedo sentada. Una melodía que no adivino y que llevo metida en la cabeza me abstrae hasta que noto que alguien, un tipo x, me está mirando. Con qué descaro lo hace. Su compañero es peor: intenta ser sutil y me recorre con tan poca elegancia que me da pena. ¿O es asco lo que siento? Cretinos. Me observáis creyéndoos dioses del Olimpo, seres divinos merecedores de todos vuestros deseos.

Cojo mi bufanda y me largo, por esta noche ya basta. Demasiada decadencia.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Fuego Ártico

Man Ray


Grábamelo a fuego y nunca menciones que fui yo quien te lo pidió.

No eran más de las cuatro de la madrugada, fuera hacía un frío invernal y ambos estábamos despiertos.

- ¿No duermes?

- No.

Esa noche me amó más que nunca, clavándose como puñales de hielo en mis entrañas. Lo recordaré hasta el fin de mis días.

Al despertar se había marchado. Para siempre.