El ladrido de un perro me devolvió al salón. Maldita sea, se me había hecho tarde de nuevo. Había despertado tirada en el sofá, me dolía la cabeza y tenía que ir a trabajar. Yo sólo quería desnudarme y meterme en la bañera, pero tuve que vestirme con la máxima rapidez y salir del apartamento. Fui directa al metro. Aprisionada por el olor a humanidad, por cuerpos sudorosos que tenía que soportar pegados al mío, me puse a pensar en mariposas, esos seres tan sumamente frágiles, tan infinitamente bellos en su mortalidad. Quién prefería ser humano y no mariposa.
Trece horas más tarde volví a estar aprisionada, esta vez por cuatro paredes que olían a mí. Pasaron dos horas más, tal vez tan sólo tres minutos; entonces la vi. Allí estaba, frente a mí, en el espejo. Fijé la vista, su mirada y la mía cruzadas. Había algo extraño, desconocido, desconcertante. Cuanto más lo pensaba, más ajena me sentía a ella. ¿Qué nos separaba? No era ella, no era yo.
1 comentario:
Me gusta, también me he sentido así y lo he tenido que vomitar también bajo píxeles.
Ánimo que ya van dos¡¡
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